Oración: Somos llamados a ser presencia de Dios,
y esto sólo es posible si nuestra oración es contacto vital ardiente con El en
la oración-contemplación. La
oración es, esencialmente experiencia de Dios, que se nos hace asequible,
cercano, amigo. Está impregnado, empapado del misterio de la Encarnación. Porque
el VERBO se hizo CARNE y acampó entre nosotros, así podemos acercarnos al Padre
y en un mismo Espíritu clamar ¡Abba! Esta inmersión de Dios Trinidad, Dios
Comunidad no podemos realizarla sin el apoyo y la ayuda de la fe. Nuestra
experiencia de Dios se realiza en la fe. Pero es una experiencia humana porque
se realiza en el hombre concreto, y en el aquí y ahora de cada persona. Dios
busca el encuentro en cada persona. Por eso nos obliga a buscar espacios y
tiempos delimitados en nuestra vida para quedarnos a solas con Dios.
Comunidad: Es cierto que las
diversas órdenes religiosas tenemos muchos elementos comunes. Pero el modo de
entender cada uno y el conjunto de ellos hace que seamos diferentes, que cada
Orden tengamos nuestro “aire”, un estilo propio. Uno de los elementos
fundamentales de la Orden de Predicadores es la vida fraterna en comunidad. No
se entiende un dominico sin comunidad. Sabemos que el fin de la Orden es la
predicación, “la evangelización íntegra de la palabra de Dios”; nunca una
comunidad dominicana puede encerrarse en sí misma. Pero este fin está coloreado
por los distintos elementos de nuestra vida. Uno de ellos es la vida común.
Estudio: Para
penetrar en la realidad se requiere el ejercicio de la inteligencia, apoyada en
los recursos del pensamiento y de las ciencias. Santo Domingo llegó a la
conclusión de que el dominico tiene que estudiar a fondo. Tiene que reflexionar
en profundidad sobre lo que está acaeciendo en este mundo.
Predicación:
El
predicador ha de sentirse feliz predicando. La predicación ha de responder a
una auténtica vocación. Como toda vocación, su carácter de predicador responde
a intereses y aptitudes que convergen en aquello a lo que uno se dedica. El
predicador ha de serlo porque le gusta. La predicación no puede ser una
penitencia que se le impone, o se impone a sí mismo, sino un servicio que
realiza con gusto, porque le permite ofrecer algo magnífico a quienes
afectivamente le interesan. Porque le permite responder al carisma de su
vocación dominicana: seguir los pasos de Domingo de Guzmán en la misión de
mostrar la fe que se bebe en el Evangelio y en la persona de Jesús de Nazaret.